El sacrificio de amor que Jesucristo ofreció de una vez para siempre en la cruz, permanece siempre actual en cada Eucaristía, y todas las almas en gracia de Dios también nos unimos a su ofrecimiento de amor, uniéndonos completamente a Él e intercediendo junto a Él ante el Padre por todos los hombres, y no solo se unen los miembros que están aquí en la tierra, sino también los que están ya en la gloria del Cielo y en el Purgatorio.
El hecho de poder participar en este encuentro con Jesús vivo, es gran motivo para alegrarse y para dar gracias. Es nada menos que el encuentro con nuestro amado, el que nos ama con amor infinito.
Jesucristo se encuentra presente de muchas formas en su Iglesia: en su palabra, en la oración, en los sacramentos, en nuestros hermanos, sobre todo los que sufren, porque a través del sufrimiento es cuando mas nos identificamos con Él; pero por sobre todo, está presente en el sacramento de la Eucaristía: contenidos verdadera, real y substancialmente, su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, es decir, Jesús entero y por completo con nosotros.
Es un milagro de amor tan grande que, como dice Santo Tomás: “ni los sentidos ni el entendimiento lo pueden comprender, sino solo la fe, que se apoya en la autoridad divina”; o como dice San Cirilo: “no te preguntes si esto es verdad, sino acoge más bien con fe las palabras del Señor, porque Él, que es la verdad, no miente”.
La Santa Misa es un signo que nos anticipa la Vida Eterna en el Reino de Dios: “si la Eucaristía es el memorial de la Pascua del Señor y si por nuestra Comunión en el altar somos colmados de gracia y bendición, la Eucaristía es también la anticipación de la gloria celestial”, y el Cielo mas que un lugar es un estado, es la vida perfecta con la Santísima Trinidad, es la Comunión de vida y amor con ella, con la Santísima Virgen María, los Ángeles y todos los bienaventurados. El Cielo es el fin último en donde las aspiraciones mas profundas del hombre encuentran su definitiva e inmejorable realización, el estado supremo y definitivo de dicha. En los otros Sacramentos recibimos la gracia, pero en la Eucaristía recibimos además al autor de la gracia y es una ventana abierta a la eternidad tan deseada, a la felicidad que todos los hombres buscamos y que solamente en Dios y con Dios es posible.
Jesús quiere que todos nosotros seamos uno, como el Padre y Él son uno (Jn 17,21) y quiere que donde Él esté también estemos nosotros y contemplemos su gloria (Jn 17,24), y Jesucristo está totalmente presente en la Eucaristía, por tanto: allí con Él, por Él y en Él, nos unimos todas las almas en gracia de Dios, unidos todos en una misma Comunión de amor, en la que podemos interceder los unos por los otros y ser ofrendas de amor para nuestro prójimo. (Dora Beatriz Gallo)
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